Nos encontramos hoy aquí reunidos para inaugurar una biblioteca, pero no una más, de las muchas que afortunadamente tiene la ciudad de Buenos Aires, esta nos toca muy de cerca porque se encuentra ubicada en el barrio de Boedo y porque llevará desde hoy el nombre de Atilio Jorge Castelpoggi.
Hablar de Castelpoggi es hablar del poeta que inició su camino hace más de 50 años con la edición de Tierra Sustantiva; el ensayista que nos ofreció un analítico estudio sobre la obra de Miguel Ángel Asturias, El poeta narrador, como titulara su libro; o la vívida estampa de su Boedo natal, a través de la nostálgica recreación de Una calle fuera del tiempo. A la diversidad de su pluma le debemos obras como El exilio de mis personajes, El alucinado y Los de mi sangre, entre muchos otros títulos.
Atilio expresó alguna vez: “Yo amo a Buenos Aires por la razón que nació conmigo, o yo nací con ella (aunque ya existiera para los demás)”.
Y su identificación entre esta ciudad y su persona quedó reflejada en aquellas otras palabras, cuando dice: “Soy lo que soy a través de Buenos Aires, porque Buenos Aires es el mundo”, y agrega: “Buenos Aires engendró en mí el ser ciudadano, la palabra del hombre meditabundo y eternamente solitario, pero también el ser poético, la vertiginosa huella de lo desconocido, me ayudó a recalar en los acantilados de la creación”.
El testimonio poético de su inconmensurable amor a nuestra ciudad quedó para siempre registrado en los poemas eternizados en Buenos Aires mi amante. Allí, junto a los versos dedicados a su ciudad, el autor incluye su no menos cautivante poema El barrio, que para él no es un lugar geográfico, sino un mito que llevamos en el corazón.
“Caminando en esta pasión que me conmueve”, dice, “siento que recién ahora poseo este silencio de entendernos, aunque nada me pertenece porque todos tenemos derecho a él, a este barrio que es pasado, presente y futuro de la vida de todos”.
Es a ese, su Boedo-Buenos Aires, al que dedica su emocionada biografía volcada en las páginas de Una calle fuera del tiempo, diario de un hombre que nació y vivió en Boedo, signado por la poesía, como él mismo lo describiera. Allí, cual calidoscopio personal, van apareciendo en los recovecos de su memoria aquellos hechos y personas que lo siguen, dice, desde la profundidad de todos los días. En esa aventura de su memoria, Castelpoggi hace desfilar, cálidamente, las figuras de quienes, en uno u otro tiempo, formaron su círculo áureo. Los nombres de todos aquellos con quienes compartió momentos de lucha, de alegría, de fervor o desesperanza, están presentes en los espejos en los cuales el poeta reflejó su alma.
Muchos fueron los premios que recibió Atilio Jorge Castelpoggi en su fructífera trayectoria. Todos por méritos sobrados y algunos de ellos, tardíamente, Sin embargo, podemos afirmar que éstos no lo envanecieron y nunca se jactó por los halagos recibidos tan merecidamente. Muy por el contrario, el Negro, como cariñosamente le llamaba Lydia, únicamente se ufanaba de sus amigos cuyos nombres estaban siempre en sus conversaciones y en los relatos de sus vivencias, de lo que pueden dar fe todos los que lo conocieron.
Por eso es que de entre todos esos halagos, creo que el hecho de bautizar nada menos que una biblioteca con su nombre, y además, en su amado barrio de Boedo, hubiera sido para Atilio, el mayor de los premios. Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que la figura transparente de ese hombre elegante, de hablar cautivante, paso lento y sonrisa permanente, rondará entre estos libros así como lo hace habitualmente por las calles que habitó, que guardarán para siempre el eco de sus pasos, pero no en sordina, como alguna vez figuradamente presagió, sino amplificándolos para convertirlos en guía del caminante por esta Calle fuera del tiempo.
Cerró el cálido acto la Sra. Lydia Argentina Viola Vda. de Castelpoggi, con anécdotas y recuerdos de su querido Negro concluyendo su participación con una bellísima poesía del escritor.
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